27N: Vigencia de Batista

Fidel Castro interroga a un «bandido», Sierra Maestra, 1958. Celia Sánchez observa.

Apenas diez años antes de las reuniones en la Biblioteca Nacional José Martí, en 1961, en las que Fidel Castro pronunció sus Palabras a los intelectuales, hubo otra reunión en otra biblioteca batistiana, de la que Fidel también fue el protagonista.

Ocurrió en 1951, en la hacienda Kuquine de Arroyo Naranjo, adonde Rafael Díaz-Balart llevó a su cuñado para una entrevista con Fulgencio Batista. Fidel intercambió opiniones sobre historia, literatura y política con el ex presidente, a pesar de que el joven pistolero ya había asesinado al líder estudiantil y Delegado Nacional de Deportes Manolo Castro, y estaba de vuelta del Bogotazo y de la aventura mercenaria de Cayo Confites.

Fulgencio Batista lo recibió y lo escuchó respetuosamente. Existen varios reportes del encuentro.

Es sabido que entonces Fidel elogió a Batista, aunque rechazó la propuesta de Díaz-Balart de unirse a su partido. Según Rubén «Papo» Batista, el hijo mayor del ex presidente, entrevistado por Emilio Ichikawa en 2006, «Fidel se expresó de forma muy admirativa sobre Batista; pero Fidel agregó que él no cabía en aquel Partido; veía al partido de Batista muy controlado por personas ya asentadas, tradicionales, y afirmó que ellos debían tener otro camino, ya que Batista daba la impresión de no querer dar un golpe de Estado, dejando entrever que, en ese caso, lo habría seguido. Es más, me contó Rafael que Castro observó que en la biblioteca de Batista faltaba un libro: La técnica del golpe de Estado, de Curzio Malaparte. Pero todo con mucho respeto».

Fulgencio Batista había resultado ganador en las elecciones de 1940, precisamente el año en que fue redactada y aprobada la constitución que tanto admiramos los cubanos y que todavía nos sirve de referencia.

La formación de la Asamblea Constituyente, convocada en febrero de 1940 por el presidente Federico Laredo Brú, es uno de los hitos de la antigua legalidad democrática. Participaron delegados de nueve partidos políticos, desde el Auténtico y el Liberal hasta el Comunista y el ABC.

A la luz del más reciente enfrentamiento de los intelectuales cubanos con la jerarquía del Partido Comunista en los predios del Ministerio de Cultura, resulta provechoso reconsiderar la intervención del delegado José Manuel Casanova Diviño, y su propuesta de enmienda:

«Se prohíben y declaran ilícitas las asociaciones, sindicatos o cualquiera otras organizaciones de orden político o social, que impongan a sus miembros obediencia a autoridades u organismos distintos a los de la República, así como los conectados con organizaciones políticas o sociales extranjeras, o de carácter internacional o contrarias al sistema democrático de gobierno».

Corrían los años cruciales de la Segunda Guerra Mundial y, probablemente, la enmienda de Casanova buscaba evitar la propagación de las ideas fascistas en Cuba, ya que los comunistas formaban parte de la Asamblea que redactó la constitución.

Blas Roca Calderio se opuso, y el delegado Aurelio Álvarez de la Vega reintrodujo una nueva versión:

«Se prohíbe la organización y existencia de organizaciones políticas contrarias al régimen de gobierno representativo democrático de la República, o que atenten en cualquier forma contra la plenitud de la soberanía nacional».

Casanova Diviño retiró su propuesta, y la de Álvarez de la Vega fue aprobada con 26 votos a favor y 25 en contra. La suerte de la República soberana pendía de un solo voto y una sola enmienda. De la fragilidad del compromiso daría cuenta el porvenir.

La firma de la nueva Constitución de la República de Cuba por la Asamblea Constituyente ocurrió el 1 de julio de 1940. Solo Eduardo Chibás se negó a firmar.

En los comicios del 14 de julio del mismo año, Fulgencio Batista y Zaldívar, el candidato de Coalición Socialista Demócrata, ganó las elecciones presidenciales por un amplio margen, además de lograr resonantes victorias en los comicios provinciales.

Concluido su mandato en 1944, Fulgencio Batista visitó Chile, donde el poeta comunista Pablo Neruda le dio la bienvenida a la Universidad de Santiago. A continuación, cito tres pasajes del famoso discurso de recibimiento de Neruda a Batista.

«Batista se confunde con los héroes populares de nuestra época, Yeremenko, Shukov, Cherniakovsky y Malinovsky, que hoy golpea y deshace las puertas de Alemania, los guerrilleros de España y de China, Tito y la Pasionaria».

«Batista, como hombre del pueblo, ha comprendido mejor que muchos demagogos el papel de los intelectuales, y honra a toda América cuando lleva a su gabinete a Juan Marinello, el gran escritor multiforme, que escribiendo con la altura clásica de los españoles antiguos revela el alma batalladora de Cuba en cada una de sus líneas. También cerca de él estuvo siempre el gran poeta negro Nicolás Guillén…»

«Saludamos al que pudiendo haber seguido el camino de muchos filibusteros del poder, lo entregó con sus anchas manos morenas a quien eligiera su pueblo. Saludamos al que ha restituido a Cuba honor y nombre, al proteger las organizaciones y partidos del pueblo, al llamar a los mejores intelectuales a colaborar en los destinos comunes, al reanudar las relaciones con la Unión Soviética entre los primeros países de América, al declarar la guerra a los bandidos de Alemania e Italia, al fustigar y despreciar a Franco y sus enviados públicamente una y mil veces…»

Quince años más tarde, el joven visitante de la biblioteca de Kuquine, asesorado por la canalla antifranquista refugiada en Cuba, derrocó al «hombre de rostro moreno» e impuso un régimen fascista unipersonal contrario al sistema democrático de gobierno. El pueblo cubano aclamó al golpista del Bogotazo, sin tomar en cuenta sus conexiones «con organizaciones políticas o sociales extranjeras, o de carácter internacional».

El 31 de diciembre de 1958, el general Fulgencio Batista, émulo de Tito y la Pasionaria, entregó el poder a los discípulos de Blas Roca y Eduardo Chibás. Traicionado por sus vecinos del Norte, ultrajado y demonizado por la prensa y la intelectualidad criollas, y acusado de genocida por la misma izquierda hispanoamericana que unos años antes lo había celebrado como a un héroe popular, Batista abandonó el país, víctima de un golpe de Estado suave, concebido en su propia biblioteca de Arroyo Naranjo.

Más que el discutible «triunfo» de la Revolución castrista, el primero de enero debería conmemorar la más grande victoria legislativa de Fulgencio Batista. Sabiéndose impopular, el general depuso las armas y abandonó discretamente la escena, llevándose con él a su familia y su séquito, a sus ministros y consejeros, y a sus jefes militares. Fue la salida honrosa de un gobierno inclusivo y progresista que había perdido el inconstante favor del populacho.

«Pudiendo haber seguido el camino de muchos filibusteros del poder, lo entregó con sus anchas manos morenas a quien eligiera su pueblo», había dicho Neruda, y esta era la segunda vez que Batista concedía la derrota. El vulgo proclamó a Fidel Comandante en Jefe, Caballo y Máximo Líder, antes de elevarlo al rango de Dictador vitalicio.

El 27 de noviembre del 2020, a los sesenta y un años del gran gesto democrático batistiano, los intelectuales y artistas rebeldes que escenificaron la protesta ante las puertas del Ministerio de Cultura echaban una mirada ansiosa al futuro, pero sin percatarse de la importancia de la visión retrospectiva.

Los sublevados demandaban el fin del despotismo que se resiste a entregar el poder, y la salida de sus ministros, esbirros y jefes militares. Pero, al hacerlo, conmemoraron, acaso inconscientemente, la olvidada grandeza del ciudadano Batista.

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