Pedir la cabeza de Fernando Rojas

Rojas los observó desde su puesto de mando detrás de las persianas de la antigua biblioteca. Un escalofrío le bajó por la espalda. ¡Por el amor de Dios! ¡Fernando había traído con él a Perugorría! Y, ¿quién era ese mastodonte de ricitos blancos que se deslizaba como un fantasma por entre las filas de los filólogos? ¡El Cuty! ¡Pichy había traído con él a Cuty Ragazzone, el sicofante de antología!

Pichy cometía un error, ¡ya pagaría por ello! ¿Quién demonios lo había mandado a ponerse el pulóver de Actually, I’m in San Isidro? ¡La hipocresía! El plan maestro estuvo a punto de descarrilarse en esos angustiosos segundos…

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.