Las enseñanzas del esclavo Frederick Douglass, y por qué la abolición del castrismo debe ser la consigna de la resistencia

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Tomado de La narrativa de la vida de Frederick Douglass, esclavo americano, escrita por él mismo. Massachusetts, 1845.

«El coronel Lloyd era dueño de tantos esclavos que no los reconocía cuando se los encontraba. Muchos de los esclavos de las fincas más alejadas de la plantación tampoco conocían al coronel Lloyd. Se cuenta que una vez, mientras el coronel cabalgaba por un camino, se encontró a un hombre de color, y que lo interpeló a la manera habitual de hablarle a los negros en el sur: «Vaya, muchacho, ¿quién es tu dueño?». A lo que el esclavo respondió: «El coronel Lloyd».  «Bien, y ¿ese coronel te trata bien?»  «No, señor», fue la respuesta del esclavo. «¿Qué pasa? ¿Te hace trabajar demasiado?» «Sí, señor», contestó el esclavo. «Pero, bueno, ¿no te da suficiente de comer?». «Sí, señor, me da suficiente, pero solo lo suficiente».

«El coronel Lloyd, después de averiguar a qué plantación pertenecía el esclavo, siguió su camino. También el esclavo continuó por su lado, sin soñar siquiera que había conversado con su señor. No pensó más en él, ni dijo ni escuchó nada más del asunto, hasta dos o tres semanas más tarde, cuando el pobre hombre fue informado por su capataz de que, por haberle señalado un defecto a su señor, ahora sería vendido a un negrero de los mercados de Georgia. El hombre fue inmediatamente encadenado y esposado, y así, sin previo aviso, arrebatado y separado para siempre de su familia y amigos por una mano mucho más implacable que la muerte. Este es el castigo por decir la verdad, por decir la pura verdad en respuesta a una serie de preguntas sencillas.

«Como consecuencia de hechos como este, los esclavos, cuando son interrogados acerca de su condición y el carácter de sus señores, casi universalmente dicen que están contentos, y que sus señores son magnánimos. Se sabe que los esclavistas mandan espías a introducirse entre los esclavos a fin de averiguar sus opiniones y sentires respecto a su condición. La frecuencia de tales episodios ha tenido el efecto de establecer entre los esclavos la máxima de que «la lengua quieta hace cabeza sabia».

«Los esclavos callan la verdad en vez de pagar las consecuencias de decirla, y con ello demuestran ser parte de la familia humana. Si tienen algo que decir de sus señores, es casi siempre a favor, especialmente cuando hablan con un desconocido. Me han preguntado frecuentemente, cuando era esclavo, si tenía un señor magnánimo, y no recuerdo haber dado nunca una respuesta negativa. Tampoco me considero por ello un farsante, pues siempre medí la bondad de mi señor por el estándar de compasión de los esclavistas en nuestro medio.

Es más, los esclavos son como cualquier otra persona, y se contagian de los prejuicios más comunes. Por influencia de esos prejuicios, muchos creen que sus dueños son mejores que los de otros esclavos; y esto, incluso en los casos en que lo contrario es cierto. De hecho, no es inusitado que los esclavos riñan y se se vayan a las manos en defensa de la relativa bondad de sus respectivos dueños, cada uno defendiendo como superior la magnanimidad del suyo. En otros momentos, cuando están separados, puede oírseles execrarlos».

©Traducción de NDDV.

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***

Silvio Rodríguez se queda corto. Kcho se queda corto. Las cartas de los intelectuales dirigidas a Díaz Canel siempre se quedarán cortas, no importa si las firman cien o diez mil.

Todos nos quedamos cortos.

La causa de Luisma es un asunto relevante, pero circunstancial, y su liberación una cuestión que nos concierne a todos, pero que no es «la Causa». Ha habido otros, y volverán a haber otros Luismas. El mero hecho de distinguir a un artista performático de entre decenas de encarcelados, así como las diferentes respuestas ante el mismo tipo de atropello, en dependencia de si fue infligido a Luisma o, digamos, a José Daniel Ferrer, delata un problema de fondo.

Hasta Silvio Rodríguez y Kcho coinciden con los contrarrevolucionarios, a su manera timorata e interesada. Kcho recuerda el proceso contra los artistas René Francisco y Ponjuán, cuando él no hizo más que callar y comprometerse con los represores, mientras que Silvio llama «impresentable» a Luis Almagro para evitar decírselo a Díaz Canel. Lo cual indica que también los castristas ven aproximarse la hora de la crisis final y ya tienen un pie en la otra orilla.

Kcho y Silvio son ratas que saltan del barco antes del naufragio. Bebo y Pablito saltaron hace años, si bien por consideraciones estrictamente comerciales. Queda claro que algo anda muy mal con el planteamiento del problema cubano, que hay un virus en el programa de la contrarrevolución, si sus iniciativas pueden ser fácilmente acogidas por los antiguos esbirros.

Los ingenuos creen que una declaración de arrepentimiento basta, que es suficiente declararse desengañado y quedar convertido. Pero esta no fue una opción válida para Leni Riefenstahl ni para Albert Speer. Estaríamos subestimando groseramente los crímenes del castrismo si no equiparáramos su responsabilidad histórica con la del fascismo y el estalinismo. Si no lo equiparáramos con la esclavitud. El movimiento anticastrista necesita una consigna no renormalizable.

El problema es uno: la dictadura. La solución una: la abolición del castrismo.

Más allá de la liberación de Luisma, nuestro principal objetivo es la abolición del régimen. La erradicación y proscripción definitiva del castrismo. Más allá de las causas célebres o la defensa de personalidades influyentes, por muy atractivas que resulten, el núcleo del programa y el propósito de la actividad política de la resistencia debe ser la abolición del castrismo.

A pesar de lo que digan los liberales, Donald Trump ha venido a ser nuestro Baltasar Garzón, el abogado de una causa perdida. Y esto es la grandísima culpa de la izquierda, únicamente. La presión ha producido resultados tangibles, y el efecto de la estenosis económica es la debacle política. La diplomacia obamista no dio buenos resultados.

A pesar de lo que crean los cubanos que padecen hoy de privaciones, Barack Obama y su «Cuban reset» —defendido a capa y espada por cierta intelectualidad del exilio—, lo mismo que el llamado proceso de paz colombiano o la neutralidad yanqui con respecto al avance del bolivarismo, provocaron la crisis que nos trajo a Trump, Bolsonaro, Almagro, Lenín Moreno y Jeanine Añez. Una victoria socialista en las elecciones de 2020 podría reactivar los esfuerzos de la izquierda de Sanders —que «no le encontró nada de malo» al castrismo— a favor del levantamiento del embargo. En cambio, la activación del Carril Dos de la Ley Helms-Burton ratificó, así fuese simbólicamente, las sanciones contra un régimen de apartheid, en contraste con la actitud apaciguadora de la Unión Europea.

Las declaraciones de los artistas que alguna vez estuvieron comprometidos con el régimen deben ir más allá de pedir disculpas o lamentar la situación de un performero en desgracia. Todos estamos en desgracia. Hay que reclamar la abolición del régimen. Ya pasó la hora de los Mea Cubas.

El problema es mucho más grave y requiere una solución más compleja, mucho más inconcebible. Los crímenes del castrismo demandan una coalición de países democráticos que le declare la guerra al sistema esclavista. La actuación del régimen cubano en Latinoamérica es equiparable a la de los regímenes totalitarios que en otras épocas de emergencia requirieron la acción militar concertada de las naciones libres.

Queda demostrado que el sistema esclavista cubano es exportable y fácilmente implementable, lo que provocó, en las década pasadas, el auge del modelo bolivarista y la ocupación de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua por asesores cubanos. Lo mismo que el esclavismo, el castrismo solo podrá ser abolido por una guerra civil que sea también una contienda regional, el enfrentamiento de los territorios esclavistas, bolivarianos y procastristas, por un lado, y las naciones libres y democráticas por el otro.

Sin la voluntad de las autoridades cubanas de poner fin a la persecución de los librepensadores, sin el desmantelamiento del aparato de la Seguridad del Estado, acompañado de la dispersión de las turbas y la legalización de los partidos de oposición, el castrismo continuará operando como una plantación unifamiliar sin contenido ideológico, una empresa que garantiza la supremacía de un grupo de poder y la sobrevivencia económica de una casta de señores. Ninguna iniciativa cívica tendrá efecto, debido a que el sistema esclavista es incapaz de reformarse, y el apartheid inmune a las cartas de protesta. Las llamadas «razones de Cuba» han sido siempre las sinrazones propias de un sistema basado en el vasallaje.

Para el cubano, el Estrecho de la Florida seguirá siendo la Línea Mason-Dixon, y Cuba, el último enclave de Dixieland .

«El esclavista, en no pocos casos, sostiene con sus esclavos la doble relación de padre y dueño», sigue diciendo Frederick Douglass en su autobiografía.

Y más adelante:

«En muchas ocasiones, desde que escapé al norte, me he quedado completamente pasmado de encontrar a personas que pueden hablar de la canción de los esclavos como evidencia de su conformidad y alegría. Es imposible concebir un error más grave».

Ese error se llama «contacto de pueblo a pueblo» y «derecho inalienable de los ciudadanos norteamericanos de viajar a Cuba». Es una equivocación del norte, un error que los yanquis vienen repitiendo desde 1845.

 

 

Un Comentario

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