La Cuba de Sarah Marsh

Hace unos días tuve un encontronazo con la señora Sarah Marsh, reportera en jefe de la agencia de noticias Reuters para el área del Caribe, una zona que incluye sociedades tan disímiles como la haitiana y la cubana. No fue una experiencia agradable. El problema empezó con una nota de mi muro de Facebook en la que me preguntaba si una mujer británica blanca, con un conocimiento limitado del español, podía reportar imparcialmente sobre los eventos políticos que tienen lugar en Cuba en los últimos años.

A fin de cerciorarme, consulté los reportajes de la periodista sobre asuntos cubanos. En sus noticias sobre las brigadas médicas, por ejemplo, me llamó la atención que Sarah Marsh reprodujera el lema oficial de la solidaridad, con un brevísimo aparte donde menciona los dividendos de una operación multimillonaria que aporta divisas en negro a un régimen insolvente.

Nada sobre derechos sindicales denegados, nada sobre la coerción y la vigilancia policial de los brigadistas, nada sobre los salarios miserables ni sobre los negocios sucios con la Organización Panamericana de la Salud, y ni una sola palabra sobre los médicos «desertores» que demandan regresar a su país. Los videos llenos de banderitas que acompañan los despachos de Sarah Marsh muestran el entusiasmo y el patriotismo de los médicos esclavos.

Si la señora Marsh habla de la COVID-19 desde Cuba, sus artículos se centran en «la promesa» de las vacunas Soberana y Abdala, resultado de una iniciativa del «líder revolucionario ausente», Fidel Castro, para impulsar un sector biotecnológico independiente, «enfrentado al bloqueo». Los científicos, según Sarah Marsh, «son considerados héroes en Cuba, y el prestigio permite mantener a raya la fuga de cerebros a pesar de los bajos salarios y las sanciones estadounidenses».

Vicente Vérez, el director del Instituto Finlay, el principal centro de investigación de vacunas de Cuba, aseguró a finales del 2020, que «estamos haciendo un gran esfuerzo para poder comenzar a vacunar a toda la población cubana en el primer semestre del próximo año», y Sarah Marsh repite sus declaraciones sin cuestionarlas.

Cinco meses más tarde, no encontramos ni una sola mención de la promesa incumplida, la ineptitud oficial en el manejo de la crisis, o la incapacidad de las autoridades cubanas para controlar la pandemia.

El lector puede contrastar los despachos de Sarah Marsh con los de Gabriel Stargardter, reportero de Reuters en Brasil, y apreciar la disparidad entre la simpatía de la primera y el tono apocalíptico del segundo: «Brasil sufrió un récord de 3.251 muertes por COVID-19 el martes, cuando estallaron protestas en todo el país durante un discurso del presidente Jair Bolsonaro en el que defendió su respuesta a la pandemia y se comprometió a aumentar las vacunas».

Para Reuters, Jair Bolsonaro es la bestia negra de la pandemia, y Fidel Castro el «líder revolucionario ausente», impulsor de programas solidarios.

Solo cuando Marsh habla de Haití, se atreve a usar el lenguaje que le está vedado en Cuba so pena de expulsión: «Haití emergió de la brutal y dinástica dictadura de Duvalier a la democracia hace 35 años. Ahora, muchos haitianos temen un regreso a la autocracia». Pero es un hecho que, sin haber emergido nunca de la dictadura, Cuba entró en un período de capitalismo autocrático, con una prensa extranjera que informa sobre la transición sin mencionar jamás las palabras «dictadura» o «autocracia».  

No es de extrañar, entonces, que cuando se trata del vilipendiado autor de estas líneas, Sarah Marsh asuma el lenguaje de la dictadura que la tolera. En respuesta a mi comentario de Facebook, la periodista se queja de «persecución» y «acoso», echando mano de dos nociones claves del discurso de la cancelación. Pero la pregunta sobre si una reportera blanca británica que no domina el dialecto del reparto podía ser objetiva en sus despachos sobre la realidad de un barrio de negros habaneros, amerita respuesta.

Ignoro por qué mi pregunta fue tergiversada. El tema de la opresión de los hombres negros por las mujeres blancas es un contenido corriente en la prensa y la literatura inglesas contemporáneas. El autor afro-londinense Courttia Newland lo presenta de esta manera (The Guardian, febrero 27, 2019): «Apoyo el movimiento para enfrentar la misoginia y el patriarcado en nuestra sociedad, pero es hora de una discusión honesta sobre cómo algunas mujeres usan el privilegio blanco para oprimir a los hombres negros». Yo suscribo esas palabras.

La cita anterior es solo un ejemplo entre muchos. Pero, ¿por qué Courttia Newland sí y Néstor Díaz de Villegas no? ¿Por qué he de ser, como afirma la señora Marsh con absoluta falta de respeto a más de un millón de desterrados, «tenido por algo así como un intelectual en Miami», que es la etiqueta que me endilgan los censores de la UNEAC?

¿Tendrá licencia Sarah Marsh, solo por ser blanca, europea y mujer, para rebajar al cubanoamericano a la categoría de subespecie intelectual con acceso exclusivo a los medios de prensa «pagados por los yanquis» como ADN Cuba y Rialta? ¿No comparte la señora Marsh con el Partido Comunista de Cuba el mismo desprecio por la prensa independiente? En vez de exponer los abusos de poder, el machismo y la misoginia del país al que fue enviada como reportera, su indignación parece dirigirse al exterior, otra estratagema compartida con el castrismo.

¿No es la acusación de recibir «dineros sucios de los yanquis», en contraste con la idea de la independencia biotecnológica impulsada por el «líder revolucionario ausente», la que ha alimentado los peores estereotipos sobre el exilio cubano y autorizado nuestra degradación a la calaña de «Judas» y «gusanos»? ¿No fueron los cubanoamericanos víctimas de la xenofobia, el acoso y la descalificación en los Estados Unidos?

¿No estaba en su derecho el xenófobo Pat Oliphant, en una controversial caricatura de 2007, a mandarnos de vuelta a Cuba en un bote de indeseables, solo porque hicimos demasiado escándalo en las elecciones del 2008? ¿Consultó Sarah Marsh mis artículos para el New York Times y El Estornudo, antes de meterme en el mismo bote?

¿No se vale Sarah Marsh del método del descrédito y el asesinato de personalidad practicado por sus colegas de la prensa oficial cubana cuando me arrastra por la cloaca de los medios sociales, azuzando a la jauría de Facebook, solo porque le hice una pregunta inconveniente? Me pregunto, con Courttia Newland, «si es posible tener una conversación sobre el papel que juegan las mujeres blancas en la continua opresión de los hombres negros». Vale decir, ¿es Marsh demasiado blanca, demasiado británica, demasiado prudente, demasiado obediente, demasiado comprometida con la nomenclatura comunista para enfrentar el problema de la brutal represión en los barrios marginales de La Habana y las huelgas de hambre de Santiago de Cuba, que, según ella, «Reuters no pudo verificar de forma independiente»? ¿Mencionará algún día a la «dictadura»?

Quizás sean estas las razones por las que Sarah Marsh busca enemigos afuera, en el Miami demonizado por todos los castristas del mundo. En cambio, a quienes la obligan a llamar «gobierno» a una dictadura, Sarah los obedece sin poner reparos, sin acusarlos de bullies o abusivos, sino tratándolos como formadores de héroes que evitan la fuga de cerebros. Para ella, obviamente, yo tengo que ser un cerebro en fuga.

Quiero creer que Marsh ha adoptado la lengua de la dictadura a cambio de la permanencia en Cuba, y que ahora se expresa casi involuntariamente en el idioma del enemigo. Otros adoptan el lenguaje de la cancelación para mantener la permanencia académica. Para mí, son esos los salarios sucios, ganados con subterfugios, compromisos y tergiversaciones.

La nueva prensa independiente vuelve irrelevante a Reuters, una agencia con obligaciones corporativistas que la esposan al brazo largo del castrismo. Es esa la esposa que Maykel Osorbo rompió en un gesto emblemático que a Sarah Marsh le tomó seis días reportar.

Más de dos mil caracteres despilfarrados en mi persona, con tal «de no quedarse callada y evitar que la próxima vez se salga son la suya y ataque a otras mujeres» (sic), en los precisos momentos en que las cubanas de la prensa independiente son abusadas, apaleadas y arrastradas por las calles, sin que la señora Marsh encuentre el tiempo ni la voz para denunciar a sus acosadores. No hay acosadores de mujeres en la Cuba de Sarah Marsh.

Entonces, estimadas lectoras de NDDV, deberán disculparme por repudiar a las comentaristas de Facebook que, en nombre de la normalización, se dan un abrazo con quien mantuvo al niño Maykel Osorbo en un calabozo durante diez años. ¡Un abrazo de Raúl Castro, el inventor del hate speech! Los filisteos que denuncian el «discurso de odio» en los medios sociales se han ganado el desprecio de los negros pobres y la aquiescencia de la Seguridad del Estado.

Mis reservas de admiración se agotan en celebrar a Anamely Ramos, Katherine Bisquet, Tania Bruguera, Yanelis Nuñez, Berta Soler, las mujeres del futuro que hablan mi mismo idioma.

Un Comentario

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  2. Aquilino

    Es como mínimo hipócrita toda la parafernalia y afán de pseudo defensa alrededor de un simple, sencillo comentario insignificante, ‘ofensa’ con guante de seda, casi un piropo pudiéramos decir, ante el ignominioso silencio de la bien nombrada ‘whity’, ante tan crudas verdades que la rodean y también de los q la han defendido, algunos súper bien informados, llamando indignante tal supuesta campaña de misoginia.

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