Entrevista a NDDV, de Carlos Aguilera
1. Néstor, una de las cosas que, creo, ha caracterizado a tu poesía, es la de cierta apropiación de sujetos, jergas, biografías, informaciones…, de manera que siempre resulta interesante “leer” a los otros (Francis Bacon, Guevara, Sade, Flagler Street…) a partir de ese ready-made que tú montas. ¿Pudieras abundar más sobre esto? ¿Reconoces esto como el proceso fundamental de muchos de tus libros?
Mi poesía retiene el culto del héroe. Lo cual no es un atavismo romántico, sino castrista. En Vicio de Miami era el vagabundo feliz; en las Confesiones del estrangulador, un balsero asesino, después vino el marqués de Por el camino de Sade. En Héroes encarné al poeta abanderado, que luego se puso de moda entre la disidencia. En ese pequeño libro se origina el actual interés por Fulgencio Batista, a quien yo volví aceptable. Mi poesía mimetiza a Navarro Luna y a Pura del Prado, se apropia del lenguaje del Versailles y de Pérez Roura. Marcel Duchamp firmó un urinario; yo estampé mi rúbrica en el cliché de Miami.
2. Jorge Castañeda y Jon Lee Anderson, dos de los biógrafos del Che, hablan sobre el tiempo en que el “curandero heroico”, como lo llamas, pasó en Miami en los años cincuenta (aunque de este período se conoce poco). ¿Cómo llega el Che a tu imaginario? ¿Existe algún registro o memoria en Miami que recoja esta “anécdota”?
El Che llega a mi vida en 1967, en el internado, o más bien, el campo de concentración de niños de Topes de Collantes. Osmani Cienfuegos me entregó allí un ejemplar del Diario del Che en Bolivia. Mi poema podría leerse como una especie de diario con anotaciones al margen de aquel niño, ahora internado en Miami. Después de leer los escritos del Che, me identifiqué con su estilo depurado, casi puritano. El guevarismo es el gran monumento literario de la decadencia latinoamericana, y debería incorporarse al canon, junto con Borges, Onetti y Sábato. Creo que cuando Julio Cortázar definió a Lezama como el “típico autodidacto de país subdesarrollado”, estaba pensando en Guevara. En cuanto al episodio de su estadía en Miami, tiene la virtud de dejarse tratar operáticamente, como Ifigenia en Áulide o Einstein on the Beach.
3. Tu poema-libro más que épico (que también lo es), es hípico, por lograr ver ese lado animal del dictador en ciernes, su lado proxeneta, digamos. ¿Existen otros textos –bajo el mismo registro– que te hayan ayudado a escribir y pensar tu Che en Miami de esta manera?
Durante la composición de un libro tengo en mente a un pintor. En este caso se trató de Gerhard Richter. El gran hallazgo de Richter, más allá del realismo capitalista, que también yo practico, es la acumulación de imágenes. Por acumulación, Richter consigue romper el hechizo de la pieza individual. Digamos que el poema Che en Miami constituye una sumatoria, y que sus tres mil y pico de líneas operan a nivel local, aunque sólo cuenten en relación al todo. Algo semejante nos propone la poética de José Kozer, a quien se ha acusado injustamente de amontonar y acumular poemas (Bajo este cien), mientras que yo veo en el número, en la gematría, la verdadera clave de su obra.
4. Más que sobre el Che, que a priori lo es, tu libro es un no-canto o denostación a lo cubano, o esa zona ideológica, de postal, cursi, donde lo cubano se ha movido por mucho tiempo. ¿Fue Che en Miami preconcebido de esta manera? ¿Qué tuviste que dejar fuera del libro, y te hubiera gustado que estuviera ahí?
Creo que soy el poeta exiliado que se ha internado más profundamente en el terreno de la cursilería cubanoamericana. A González Esteva se le da el elogio; en cambio, yo despotrico contra mis dos culturas. La Canción de gesta, de Neruda, y el Omeros de Derek Walcott, brillaban a lo lejos mientras escribía este libro. Pero si Walcott y Neruda ratifican la praxis y la viabilidad de la poesía para expresar lo heroico, yo me he preguntado más bien si es posible escribir poesía después del Che. Si es posible la poesía después de Miami.
5. ¿Pudiera leerse Che en Miami (también) como un poema autobiográfico?
Efectivamente, tanto el Che como yo padecimos de enfermedades crónicas; ambos llegamos a Miami a los veinticuatro años; ambos rechazamos el formalismo pequeñoburgués. Podría decirse que los dos fuimos, de distintas maneras, “soldados de América”. Partí de esos sarcasmos para construir mi poema. Solo que yo pasé cinco años en la cárcel y veintidós años de destierro en la ciudad que Guevara transformó en prisión. Hay una suerte de épica, de vis trágica, en mi fracaso: el guevarismo tendría mucho que aprender de mí.
El Nuevo Herald, Noviembre 11, 2012
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