Thome Mayne: el sueño del arquitecto

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Como si necesitaramos otra confirmación de que el posmodernismo ha muerto, aparece en Los Ángeles un edificio que lo proclama con mil toneladas de acero y cristal: el Caltrans 7 (California Department of Transportation, District 7) de Thom Mayne. A los 61 años, con la reputación de niño terrible todavía intacta, el creador de la firma Morphosis y fundador de SCI-arc (Southern California Institute of Architecture) recibe, además, la consagración del Premio Pritzker 2005.

Cuesta arriba, a la altura de Bunker Hill, el platinado Walt Disney Concert Hall de Frank O. Gehry es sólo un amago del futuro “corredor de las artes” –ese tramo de Grand Avenue que remeda un recorrido didáctico por utopías arquitectónicas: desde Nuestra Señora de Los Ángeles, del español José Rafael Moneo, pasando por la plaza modernista del Dorothy Chandler, hasta el industrioso Museo de Arte Contemporáneo (MOCA) de Arata Isozaki. Quizás sea justo situar el templo en el origen del paseo: los roles del sacerdote y del artista se han permutado últimamente, y el público acude a la iglesia con el mismo desgano o desconcierto que entra en la galería o en el konzertkapelle.

Mientras los arrabales se encargan de ocultar las ruinas de lo posmoderno (una logia en lo alto de una pizzería, columnas dóricas en la fachada de Taco King), el transformer de Mayne osa cuestionar, tácitamente, los temas y variaciones de sus ilustres antagonistas en la vecina acrópolis–¿y qué arquitecto no ha sufrido ansiedad de influencia, al entrar en el campo gravitacional de Gehry?

El maestro del Guggenheim Bilbao ha declarado, con una frase lapidaria, que la diferencia entre escultura y arquitectura son las ventanas, (intentó eliminarlas al construir la residencia Steadman y se buscó un lío). En el Caltrans 7, Mayne devuelve precisamente a las ventanas su dignidad escultórica. Cada proyecto suyo, a partir de la Torre del Sol, en Seul (1997), recibe una doble piel: la corteza exterior permite regular variaciones de temperatura y luz. La de Caltrans 7 (y la del rascacielos de oficinas gubernamentales que inaugura este año en San Francisco) abre ventanas a la caída del sol, mediante un programa computarizado. Función y forma responden al tema cinético, caro al constructivismo; y si durante un avatar posmoderno Mayne evitó el lenguaje historicista (ni tonos Toscana, ni reminiscencias de Palladio en la paleta de Morphosis) ahora sus estructuras –torres de Tatlin en revolución permanente– se han vuelto ecológicamente sensibles, y parafrasean, más bien, el gótico totalitario.

Mayne se ha quejado al New York Times de lo bajo que ha caído en la pirámide del poder el arquitecto moderno: para la Escuela Secundaria de Diamond Ranch, en Pomona, gastó 11 de los 29 millones del presupuesto en transformar un barranco circundante, pero los salones de clases quedaron fuera de su arbitrio. Sin embargo, el propósito del arquitecto era revolucionar el genius loci, el hábitat de la representación educacional. “Creí que a través de la arquitectura podría influir en los principios básicos”, dijo. “Es una lata ser relegado a mero decorador”. Aunque la suya, a escala privada, es arquitectura de detalle –su equipo de colaboradores en la empresa Morphosis presta el mismo cuidado a un picaporte que a un espigón– para los nuevos encargos de obras públicas el detalle se ha metamorfoseado en lo que Mayne considera “una colección de micro eventos”.

El deseo de influir en “los principios básicos” a través de la ingeniería social es un viejo sueño de la arquitectura –y de la dictadura. Por el momento, Mayne ha conseguido en su diseño de los tribunales en Eugene, Oregón, lo que le fue vedado en las aulas de Pomona: reimaginar el espacio de la corte –incluso, ¡sacar de la escena al jurado! Lo mismo con los ascensores de sus obras recientes: paradas cada tercer piso, y una enérgica socialización de escaleras y descansos, obligan al encuentro casi automáticamente –esto último es una artimaña soviética de los años 20, readaptada a las necesidades del individualismo vernáculo.

Y es que toda anticipación totalitaria sufre hoy, necesariamente, de ataques de flashback. En las reacciones del público –que siguieron a la exaltación de Mayne al pontificado Pritzker– asombra la recurrencia de naranjas mecánicas, blade runners, y otros anticuados artefactos orwellianos para describir su obra. “Sombrío”, es el adjetivo que usó la crítica comentando el centro de recreación de la Universidad de Cincinnati, o la propuesta para la Villa Olímpica de New York 2012. Otros han visto reminiscencias de Kafka, Darth Vader y Piranesi en sus más tétricos edificios. Y alguien que, en México, aguarde la llegada del Palenque en el Centro JVC de Guadalajara, un coliseo al aire libre para 6 mil espectadores que debe iniciarse en el 2007, podría tomarlos también (habiendo conocido la insigne telenovela) por maleficios.

Junio, 2005

Letras Libres 

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