NDDV, profeta de la clandestinidad y primer proponente de la acción de célula secreta
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«¿Qué pasaría si la disidencia aprendiera tanto del castrismo como el castrismo ha aprendido de la disidencia?»
Seguido de la respuesta de Luis Cino a mi artículo.
Creo que es la primera vez en nuestra historia moderna (por lo menos desde la revolución del 33 y la caída del machadato), que los luchadores antigubernamentales son personas pacíficas, razonables y honestas, y no una sarta de bribones, pandilleros, antisociales, fanáticos y demagogos.
El equilibrio sicológico y moral de nuestros disidentes pudiera resultar atractivo si no redundara, a fin de cuentas, en la esterilidad. En tiempos de crisis, la virtud es socialmente improductiva —inconsecuente políticamente—, aunque muy socorrida a la hora de consignar unos datos biográficos que favorezcan al opositor. La probidad sirve, si acaso, para completar planillas.
¿Cuántos opositores no se han encomendado a Dios, han fundado grupos apegados a la Iglesia, a la doctrina cristiana, al ecologismo, al judaísmo o al espiritismo? ¿Cuántos no han jurado por los estatutos de alguna constitución, ideal o ya superada, abolida o todavía por redactar? Los derechos humanos inspiraron a quienes demandan de la dictadura la adhesión a unos principios universales, abstractos e inútiles.
Hay otros que hacen oposición desde la cultura, lanzan proyectos artísticos y debaten entre sí cuestiones estéticas. Acumulan reconocimientos, viajan o no viajan, reciben becas y estímulos materiales de los mismos poderes que apuntalan la maquinaria cultural castrista con estipendios, scholarships y dineritos. Las revistas de moda que los proclaman gente del año exaltan también al dictador como prodigio del siglo.
Por eso creo que, a pesar de sus abismales diferencias, la oposición y el castrismo (o mejor: el castrismo y su oposición) juegan en el mismo bando. Entiéndaseme bien, hablo de una cuestión complicada: yo también llevo décadas apoyando al bando de los honestos. El cansancio me obligó a mirar el asunto desde otro ángulo. Lo que quiero decir es que el castrismo y su oposición operan en el mismo terreno, que se emiten y se absorben en un mismo campo dinámico, que han llegado a una especie de equilibrio.
Como mismo el castrismo vivió del embargo, y como mismo fagocitó a su exilio para comenzar a vivir de él parasitariamente, en usufructo perpetuo de sus logros y de sus derrotas; como mismo había incorporado antes al «imperialismo yanqui», integrándolo a sus funciones mediáticas y parasimpáticas; como mismo mutó en raulismo, que no es más que la transición contaminada de estatismo —y ahora capaz de producir su antígeno: la intransición—, asimismo el castrismo tardío, el castrismo replicante, se presenta como el producto de la hibridación contrarrevolucionaria.
¿Qué hacer? He pensado en un dispositivo de duplicación reversa por el que la disidencia llegara a apropiarse de los contenidos del fidelismo, de sus ingredientes activos (léase: agresivos). La oposición podría aprovechar el repliegue o simulacro raulista para romper el equilibrio. Podría valerse de la autocomplacencia y del falso bienestar de la etapa «transitiva», e implementar unos mecanismos de organización clandestina capaces de reproducir las células del castrismo, de duplicar la acción encubierta castrista.
Para eso, la oposición deberá dejar de ser una conspiración de bellas personas. Deberá encontrar a sus feos y a sus degenerados, a sus frustrados, a sus acomplejados y a sus deformes: a sus Melbas, a sus Chechés, a sus Renatos Guitart y a sus Ñicos López. Los escrupulosos deberán hacer lugar a los inescrupulosos; la decencia deberá subordinarse a la bajeza. ¡Y de bajeza tenemos en Cuba canteras inagotables!
Llegado el momento, se reclutará entre los bandoleros, esos que cuando arriban a Miami no se arredran ante ningún peligro, ni sienten el menor escrúpulo ante los negocios sucios. Tampoco deberá preocuparles de dónde sale el dinero para sus escaramuzas. El dinero de una revolución es siempre mal habido, y los medios justifican el fin, siempre que se trate del Fin, con mayúscula. De una ciudadanía desmoralizada nacerá el próximo gobierno democrático de Cuba. De la escoria surgirá un liderazgo capaz de encauzar la violencia por canales patrióticos.
¿Soluciones pacíficas y electorales? ¿Es que somos acaso los comunistas de 1953? Mientras que en un mundo ideal la oposición «clásica» representaría la auténtica alternativa a los desmanes del castrismo, a su ceguera y arbitrariedad, en el mundo real, la chusma sin principios —es decir: la creación suprema del fidelismo— está llamada a convertirse en la sepulturera de los ideales revolucionarios.
Es entre la canalla que prosperará cualquier iniciativa de caos. Con ella ha de contar, tarde o temprano, la empresa liberadora. La disidencia le ha vuelto las espaldas, desafortunadamente, al trápala, al delincuente y al parásito, pero es en ese medio, en ese caldo de cultivo, donde abundan la intriga y la conspiración, que son los elementos claves del modelo castrista a duplicar. Creer que la revolución fue hecha por personas decentes es haberse tragado, completo, el cuento castrista. Los que así piensan, conciben su anticastrismo desde la falsa conciencia castrista. Son víctimas inocentes del peor tipo de diversionismo ideológico.
Lo anterior nos remite a los eventos de la actualidad. El gesto de Andrés Carrión Álvarez dio la medida de la energía potencial encerrada en la inercia aparente del cubano. Se trata de una fuerza de resistencia, de rechazo, pero de una fuerzaal fin y al cabo. El «incidente Carrión», en Santiago de Cuba, encierra una doble moraleja. Primero: que es cuestión de enseñar a desembarazarse de la fuerza reprimida a quienes la poseen en exceso. Segundo: que la fuerza (la fuerza-en-sí) ha sido denigrada y desacreditada por los ideólogos castristas, y descartada como mero «instinto», como fuerza bruta. Nos avergonzamos de nuestra fuerza: el adoctrinamiento nos obligó a verla como un elemento foráneo, ajeno a nuestra «esencia». Nada más lejos de la verdad.
El zarpazo del seudo camillero nos permite apreciar esa fuerza en toda su crudeza, e imaginar un escenario en que el opositor sea quien se disfraza, quien se confunde entre las filas de la Cruz Roja, y quien propina el golpe al esbirro. ¿Qué pasaría si se intercambiaran los papeles, si se trocaran los camuflajes? ¿Qué pasaría si existieran dos, tres, muchos Carriones indetectables? Estas son preguntas que caen por su propio peso, son las interrogantes que el régimen, en su infinita prepotencia, nos impone. Y esta otra: ¿qué pasaría si la oposición imitara al castrismo, si la disidencia aprendiera del castrismo tanto como el castrismo ha aprendido de la disidencia?
Respuesta de Luis Cino Álvarez
Cuba actualidad Arroyo Naranjo, La Habana, (PD)
El artículo «Una conspiración de bellas personas», de Néstor Díaz de Villegas (Diario de Cuba, 25 de abril) me deja totalmente desconcertado: no sé si es en serio o una broma.
En caso de ser lo segundo – ojala no haya empezado a perder el sentido del humor-, me parece que el tema no da mucho para chistes, cuando ahora mismo hay decenas de compatriotas como José Daniel Ferrer no solo en peligro de podrirse en la cárcel, sino de muerte. Y no me refiero solo a los presos políticos. Hablo también de todos y cada uno de los disidentes que en Cuba somos rehenes de una dictadura proverbialmente tozuda y soberbia, que suele ser sumamente peligrosa cuando se asusta.
No quiero sonar dramático. Los que me conocen saben bien que no lo soy.
Prefiero la chanza y la jodedera antes que la pompa, el almidón y los discursos grandilocuentes. Eso me ha traído algunos encontronazos con ciertas figuras de la oposición que no son tan razonables como Díaz de Villegas supone.
Tan dañino resultan para la disidencia el ninguneo, la desconfianza y los ataques paranoicos de los que debían ser sus amigos como ir al otro extremo para idealizarla y atribuirle virtudes en demasía, con tantos defectos como tenemos.
¿Quién le dijo a Néstor Díaz de Villegas que ahora mismo en la oposición pacífica en Cuba no hay bribones, timadores, antisociales y demagogos?
No son mayoría, pero los hay. Los conocemos. ¿Para qué caernos a mentiras?
¿Y cómo no iba a haberlos? ¿Acaso no está llena de ellos la sociedad cubana actual? Después de todo, bastante buenos hemos salido los disidentes.
Somos pacíficos, razonables y para nada fanáticos, pero quién le dijo a Díaz de Villegas que muchas veces no hemos tenido que vencer la tentación de partirle la cabeza a algún chivato y ponerles un carnaval de piedras y botellazos a los porristas en un mitin de repudio.
¿Cuántas veces hemos advertido la tendencia de trasplantar al campo opositor los vicios y las taras del oficialismo, de donde provienen muchos de los líderes opositores?
Y lo peor de todo, la intolerancia con todo el que discrepe un milímetro de nuestras opiniones, el que enseguida es acusado de «trabajar para
Seguridad del Estado». Pero lo más triste es que muchas veces es verdad. Las dictaduras son pródigas en crear, además de (a)seres sumisos y desmoralizados, personalidades sicóticas y paranoicas. Gente tan ninguneada que se muere por buscar protagonismo como sea.
Con esos bueyes hemos tenido que arar. Y hemos arado, aunque los surcos no sean un prodigio de rectitud.
Como todos los disidentes no son absolutamente virtuosos, tampoco sus
actitudes redundan en la esterilidad. Qué va a ser improductiva la disidencia, si hasta los marabusales puestos en arriendo por el raulismo, producen. Poco y malo, pero producen…
Casi puedo aceptar la afirmación de Néstor Díaz de Villegas de que a pesar de sus abismales diferencias, el castrismo y su oposición juegan en el mismo bando: «operan en el mismo terreno, se emiten y se absorben en un mismo campo dinámico, y han llegado a una especie de equilibrio.»
Aceptación que hago con la salvedad de que el hecho de que los que solo tienen el cuerpo para recibir los golpes, logren empatar a cero el juego con una dictadura omnipotente que no se mide demasiado a la hora de ser cruel, es casi una proeza.
Necesitaría entender a qué se refiere Díaz de Villegas cuando afirma que «el castrismo tardío, el castrismo replicante, se presenta como el producto de la hibridación contrarrevolucionaria.»
¿Será que todo este tiempo no ha sido suficiente para la depuración y aun se nos nota una cierta carga de castrismo residual? Avísenme para correr a flagelarme.
Pero resulta que luego de meternos el diablo en el cuerpo con esa tesis de la disidencia estéril por virtuosa, y de dejarnos en la intriga con eso del «castrismo replicante» y la «hibridación contrarrevolucionaria», Díaz de Villegas aconseja para romper el equilibrio «un dispositivo de duplicación reversa por el que la disidencia llegara a apropiarse de los contenidos del fidelismo, de sus ingredientes activos (léase: agresivos).»
¡Apaga y vámonos! Dígame usted si para salir del castrismo no tuviésemos otro camino que reproducir sus células y duplicar la acción encubierta castrista.
Como rechazo de plano los remedios peores que la enfermedad –si segundas partes nunca fueron buenas, imagine como sería la tercera parte del castrismo y por otros medios- me niego rotundamente a que la oposición deje de ser «la conspiración de bellas personas» que dice Díaz de Villegas y que realmente no es. Ojala lo fuera. Aunque tuviéramos que seguir en el equilibrio perpetuo. Eternamente Yolanda. For ever and ever. Pero a mucha honra.
En la disidencia tenemos degenerados, inescrupulosos, frustrados, acomplejados. No son muchos, pero hay. Que no vengan nuevos. No los necesitamos para hacer bulto y traer más oscuridad. Es mejor que se queden, con los fanáticos, los pandilleros y los chivatones, en las brigadas de respuesta rápida.
Debe ser un chiste cuando Díaz de Villegas aconseja a la disidencia que «la decencia deberá subordinarse a la bajeza». ¿Por qué renunciar a nuestra única superioridad sobre la dictadura, la superioridad moral?
Es cierto que de bajeza tenemos en Cuba canteras inagotables, pero a riesgo de que me acusen de terrorista o de lo que le dé la gana a las autoridades, siempre tan mal pensadas, no temo declarar que por el bien de todos, esas canteras habrá que volarlas con dinamita e inundarlas luego con agua bendita –siempre que la bendición no venga del cardenal Ortega.
Cito a Néstor Díaz de Villegas en un fragmento de su artículo que, por pintarnos como un puñado de inútiles buenazos en medio de una tribu de aseres desalmados, no tiene desperdicio: «La chusma sin principios —es decir: la creación suprema del fidelismo— está llamada a convertirse en la sepulturera de los ideales revolucionarios. Es entre la canalla que prosperará cualquier iniciativa de caos. Con ella ha de contar, tarde o temprano, la empresa liberadora. La disidencia le ha vuelto las espaldas, desafortunadamente, al trápala, al delincuente y al parásito, pero es en ese medio, en ese caldo de cultivo, donde abundan la intriga y la conspiración, que son los elementos claves del modelo castrista a duplicar. Creer que la revolución fue hecha por personas decentes es haberse tragado, completo, el cuento castrista. Los que así piensan, conciben su anticastrismo desde la falsa conciencia castrista. Son víctimas inocentes del peor tipo de diversionismo ideológico.»
Se pregunta Néstor Díaz de Villegas, «¿qué pasaría si la oposición imitara al castrismo, si la disidencia aprendiera del castrismo tanto como el castrismo ha aprendido de la disidencia?» Pues supongo que el acabóse. Creo que sería buen momento para el suicidio colectivo de los disidentes. Quiero decir, de los honestos y decentes, que son bastantes, muchos, aunque no tantos ni tan tontos como piensa Díaz de Villegas.
¡Oh, Magno Generoso! Primero fuiste víctima propiciatoria, chivo degollado a tus 17 añitos en las aras y ergástulas del Sátrapa; luego prófugo anunciando el Éxodo, indicando el camino! Después enloquecida Casandra sin escuchas; más tarde Profeta y Pionero del Desastre, Atalaya de los Siete Días del Armagedón, y ahora Estrategos de la Vindicación. Y, como buen Profeta y arúspice, araste en el mar y sembraste en el viento. Definitivamente, tu Reino no es de este mundo… ¡Salve, Nestorius, los que van a morir te saludan! La Cinopedia sabe de retiradas, no de avances como la Anábasis… Si «sólo el amor engendra melodía», sólo la chusma podrá con aquello innombrable e impensable, como bien dices. Que lo organicen quienes lo desorganizaron. Y ¡a cagar, albañiles, que se acabó la mezcla! Alesso, escudero
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Jajaja… gracias Alesso, qué bien la pasamos! Cuídate.