Joker, o la revolución de los payasos

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Joker es una película triste porque describe el estado de un mundo a punto del colapso, un mundo que ha sufrido enormes traumas desde su nacimiento, el mundo que nació de la Modernidad, que es su madre putativa, pero que al final resultó ser una madre adoptiva.

Venimos de un tremendo abuso. El abuso de dos grandes guerras, el abuso de mil revoluciones, el abuso de la indiferencia del tiempo que nos parió. Lo dijo Zaratustra: «En vuestros hijos debéis reparar el ser vosotros hijos de vuestros padres», y lo repite esta terrible película.

El mundo se ha convertido en una grotesca payasada: la identidad del mundo se confunde con la del clown. He aquí el advenimiento del payaso sagrado que conoce y entiende el mundo mejor que los «normales». (Joker apunta en su libreta: «¡La gente pretende que los anormales se comporten normalmente!»). De alguna manera Joker es un iluminado; y si ha perdido el control y es capaz de asesinar y negar, se debe a que comprende correctamente la situación.

Por otra parte, Joker es el espejo del revolucionario, y cuando sale a las calles tomadas por las hordas, puede constatar los efectos de su locura personal en el populacho. Alguien que ha entendido el sentido último no puede menos que provocar un movimiento, un movimiento de masas, y estaríamos muy equivocados si creyéramos que los movimientos de masas pueden ser pacíficos, humanistas o solidarios: un movimiento de masas será siempre un movimiento criminal.

Únicamente el crimen puede romper la barrera que frena la creación de un nuevo orden, lo cual hace de Joker también un artista. El artista es el ser capaz de pasar por encima de cualquier escrúpulo, estilístico o ético. La plebe celebra al artista, celebra al político y celebra al santón como seres sensibles, como humanistas, pero esto se debe, principalmente, a que la plebe no conoce al artista, no conoce al político ni conoce al santo. Ellos son lo contrario de la plebe.

La enfermedad de Joker es la de toda una generación, la enfermedad de un mundo y, tal vez, hasta la enfermedad de la Tierra: una pandemia planetaria. El ecologista Eric Pianka ha sugerido una mutación del virus del ébola transmitida por aire como medio de control demográfico. Dice Pianka: «Comparé el estúpido crecimiento demográfico de los humanos con las bacterias que crecen exponencialmente en una placa de agar. Para subrayar mi idea, dije ‘¡No somos mejores que las bacterias!’. Esto significa que si los humanos no podemos encontrar la voluntad de controlar nuestra propia población, los microbios lo harán por nosotros».

Es obvio que la plebe no desea el poder. El grito de la plebe es aquel «¡Fuera yo!» que sentenció Nietzsche en la Genealogía. Bajo la apariencia de la voluntad popular hay una carencia, un deseo de extinción. «Voluntad popular» es un oxímoron, pues solo existe la Voluntad de lo aristocrático, de lo fuerte y lo apto. Esto es tan cierto para el siglo V griego como para el XIX alemán o el XXI americano. Un famoso tango dice que el mundo «es y será una porquería», pero únicamente para la plebe. Por eso el estado actual del mundo es de cambalache.

Joker abre con la escena en que Joaquin Phoenix conversa con la trabajadora social. El mundo se hizo carne en esta figura crística que es, a un tiempo, el payaso asesino y el actor, cuya persona se confunde con la del loco que pregunta: «¿Soy yo, o la cosa se está poniendo cada vez más fea allá afuera?». «Allá afuera» puede significar la quema de Barcelona, los bazucazos de Quito, la vandalización de Chile, la bufonada del bolivarismo, el espectro del socialismo, el coche de payasos del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y de la administración trumpista.

Lorenzo Silva, del diario El Mundo, creyó ver un apocalipsis zombi en los motines de Cataluña: «Cientos de miles de manifestantes se pronuncian de manera pretendidamente pacífica contra la misma sentencia que sirve de pretexto a las incendiarias algaradas de los adolescentes furiosos. Son gente mayor que ellos, con edad para ser sus padres y abuelos, acompañada de niños, a los que no dudan en utilizar y exhibir gritando sus consignas ante las cámaras de televisión. No cuesta mucho al observador ver en esos niños a los zombis de mañana».

Ante las imágenes apocalípticas, no podemos menos que preguntarnos si los disturbios no han sido provocados por alguna cultura alienígena, y si no existirán mercenarios encargados de crear la ilusión de injusticia y depravación extremas. Afirmo que el agente alienígeno no es Rusia, ni China, ni Cuba, sino Hollywood. Lalaland entendido como matriz de toda decepción, de toda corrupción, el HAL 9000 de las tautologías virales.

Contábamos con haber liquidado al monstruo imperialista, y la izquierda nos hizo creer que podíamos matar a los televisores. La izquierda volvió a vendernos su falso triunfalismo—y entonces, el último payaso televisivo puso fin a la fábula: el Donald. Ahora sabemos que el contagio es transmitido por los mismos zombis que pululan en las series de Netflix, que cualquier talk show contiene un lavado de cerebro, que el poltergeist vive todavía en la pantalla, y que de lo demás se encarga el síndrome de imitación que transforma la fantasía en realidad para videotas. Pero la imitación es solo un aspecto del problema mayor, según lo explica la película del director Todd Phillips.

Lo que se serializa es un mismo concepto reformulado una y otra vez como guerra de ricos y pobres, negros y blancos, explotados y explotadores, demócratas y republicanos, hombres y mujeres, aristócratas y plebeyos. Esas ideas amorfas, primitivas y premodernas, cobraron fuerza durante el régimen de Barack Obama y se plasmaron en dos organizaciones que promovían la violencia doméstica: Antifa y Black Bloc. Los manifiestos de los nuevos grupos de agitación y sabotaje pueden adquirirse en cualquier librería universitaria; e incluso en Europa, donde Mein Kampf continúa prohibido, los panfletos del Antifaschistische Aktion, son cada vez más populares entre los jóvenes zombis. Un payaso a destajo no estaría fuera de lugar en un evento de okupas.

«Crear el caos» fue el grito de guerra de los últimos meses, y tampoco es casual que de las entrañas de Hollywood saliera, al mismo tiempo, Joker. Mis lectores me reprocharán que mezcle otra vez el cine y la política: pero el cine es política desde aquella imagen de la locomotora que arriba a la estación de La Ciotat. La política es el tren que irrumpe en pantalla suplantando al tren real: es la substitución de una conciencia limpia por una falsa.

Asimismo, el personaje de Charlot, celebrado por Hitler, fue el primer payaso que conquistó las mentes y los corazones del mundo con su plataforma de vergüenza contra dinero. Los ricachones de Joker van al cine a ver Tiempos Modernos, pero el payasito socialista, el adorable vagabundo molido por las ruedas del capitalismo, es el prototipo del Payaso Máximo, dotado de un mostacho idéntico e imbuido de las mismas ideas de redención totalitaria.

El Fénix del fanatismo 

¿Quién es este payaso? ¿Qué significa este rostro desfigurado y transfigurado? La figura del superhéroe es la función, excrecencia o engendro del mundo del periódico. El muñeco de cómic sale armado de todos sus superpoderes de las entrañas del papel. Es la hoja suelta insertada y extraída del costado del noticiero. La risa macabra de Joker es la voz de las malas noticias, de las desgracias diarias: I heard the news today, oh boy!

Joker es la encarnación y personificación de los mal llamados «medios sociales», que son más bien «medios asociales», pues han traído la división y la incomunicación, la separación entre las generaciones y las personas, la soledad compartida y la ferocidad participativa. Sobre todo, una risa mundial orlada de gatitos y arcoíris, una risita sorda. La tragedia del mundo, revelada de manera instantánea y espontánea, no podía menos que provocar una carcajada. La imposibilidad de redención, de una salida que no sea el Apocalipsis, induce la mueca socarrona.

Es la risa de Joker, para quien el mundo es un chiste. En Facebook, ese mundo aparece como una broma colosal: Joker es el rostro de los medios asociales y es otra versión del Cristo de Virgilio, en La carne de René: “Inspirada en la de Cristo, el escultor había introducido una modificación capital: en vez de la patética y angustiada faz de Jesús, la cara de René en yeso se ofrecía, no caída sobre el pecho, sino erguida, y la boca mostraba la risa de una persona satisfecha. Podría afirmarse que acababa de oír un chiste”.

Si algo siniestro hay en Joaquin Phoenix, algo hollywoodensemente erróneo, se debe a que el mal de cada época encarna siempre en un actor. Phoenix es, después de todo, el hijo de fanáticos de la secta los Hijos de Dios extraviados en Caracas. Como sus hermanos y hermanas, concebidos en diversas comunidades hippies, Joaquin nace de casualidad en Río Piedras, Puerto Rico. A los 23 años, en el cenit de una meteórica carrera, su hermano mayor se convierte en el Abel de Joaquin: River Phoenix toma una dosis letal de heroína y cae como un mártir en la puerta del Viper Room de West Hollywood. La muerte de River pesa como una piedra en la conciencia de Joaquin, el actor.

Ahí está también el espectro de Travis Bickle, de Taxi Driver, el primer Joker, y la película de Todd Phillips pudiera verse como un homenaje al precursor de los villanos exonerados: si no la Historia, por lo menos la historieta los absuelve. Bickle, absuelto, reaparece gordo y adaptado como animador de un popular programa televisivo. El comentario cultural no es gratuito: son estos vampiros de medianoche quienes nos inoculan veneno ideológico.

Es sabido que cada loco crea su propio juego de malas palabras. El taxista Travis Bickle dijo: «Uno de estos días voy a organizazarme», y Pink Floyd, en una canción de 1971: «Uno de estos días voy a cortarte en trocitos…». Uno de estos días, quiere decir: en algún tiempo imposible. Organizazarme significa: «Mis esfuerzos serán siempre en vano, pues solo conseguiré disgregarme más». Y algo peor: «Mi cura pasa por la desorganizazación de la ortografía del Sistema». En un clown car caben innumerables payasos, y cuando creemos habernos salvado de uno, aparece otro, de tal manera que De Niro viene a ser el vehículo de Phoenix en esta parábola hollywoodense.

Sobre la solidaria ignorancia

Una parábola de los medios, sin dudas; los mismos medios que tienen como efecto secundario la capacidad viral de convocatoria, el alistamiento de los peores instintos y tendencias, la exaltación de la hiperdemocracia del crowd, versión bowdlerizada de la masa, un problema del que Hollywood ya había dado cuenta en A Face in the Crowd, de Elia Kazan.

Una política basada en la sociabilidad no puede resistir los embates de la simultaneidad. La vieja política requería la atomización de la opinión, pero los medios asociales han conseguido precisamente lo contrario: hacer estallar lo socialmente diverso, la multiplicidad de puntos de vistas, en aras de la falsa masificación. Los medios asociales imponen unanimidad, y quien llegue a adueñarse de ellos podrá reclamar derechos divinos. Es decir: reemplazará la democracia con algún tipo de absolutismo, como vislumbró Kurt Gödel.

En los momento en que más hablamos de diversidad, vivimos en comunidades menos diversas y más fanáticamente empecinadas en lo particular (L-G-B-T-Q-Q-I-A-A-P) y lo diferencial. Nunca antes habíamos estado más apiñados y menos reunidos. Es, precisamente, de incomunicación de lo que padece Joker, el solitario del mazo de naipes. El disparo con revolver payasesco a la cabeza de Murray Franklin anuncia la muerte de los medios, lo que equivale a decir, de los tiempos. Se trata, nada menos, que del asesinato por trasmanos del maldito televisor.

Aclaro, por último, que cuando digo «plebe» me refiero a un estado de ignorancia digital; quiero decir que las personas ignoran cada vez más, aun cuando vayan a universidades y tengan a su disposición un ordenador de último modelo. Los estudiantes graduados desconocen los rudimentos de la filosofía y de la Historia, a pesar de haberse conseguido la universalización de la enseñanza. El jingoísmo es el verdadero responsable del analfabetismo.

En un estado de perpetua emergencia (Gotham), impera el sálvese quien pueda. No existe, ni puede existir solidaridad en la emergencia, y para comprobarlo solo hay que mirar el caso de Cuba. La gente se pregunta por qué Cuba es el único lugar donde no han ocurrido protestas. El estado de emergencia terminal engendra insolidaridad crónica. Cuba representa el estado de caos profundo y el steady state de la crisis. «Venimos del futuro», como dijo el clown Reinaldo Arenas. Los cubanos no estamos retrasados con respecto al mundo: llevamos la delantera.

 

  1. Armando Correa

    Me encantó. Las protestas existen donde exista la democracia. Por eso en Cuba es donde único no hay, ni en Irán, ni en la real China -no Hong Kong.

  2. Eduardo González

    queria decir noble, pues lo que expresa el ensayo de Néstor, más allá de diferencias obligadamente de carácter moral, acosadas por la política, es el precario estado y ruina de los sentimientos y legítimos rencores del noble, de la nobleza, creo que en eso se justifica la visión de Nietzsche que invoca Néstor. Sobre todo a partir de la educación militar que en definitiva sufrió Nietzsche de joven, pero no sin superarla militarmente en su crítica de la moral imperante, muy concretamente en Europa y en su epicentro germano.
    EG

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