‘Chappaquiddick’: cómo matar a una mujer y salir victorioso del crimen

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Que yo sepa, existe un solo episodio en los anales de la República en que un senador en busca de sexo fácil asesinara a una mujer inocente. El nombre del asesino es Ted Kennedy, y el de la muerta, Mary Jo Kopechne, una chica de 28 años.

La noche del 18 de julio de 1969, un Kennedy borracho y cachondo estrella su Oldsmobile negro contra un puente en la bahía de Chappaquiddick. Dato curioso: la luna en lo alto contiene a tres astronautas acabados de alunizar y, abajo, David Bowie lanza a las ondas su Space Oddity. En el asiento del pasajero está la muchacha a punto de emprender su último viaje.

El hecho delictuoso, bautizado con el nombre del cuerpo de agua, pone fin a la luna de miel del pueblo americano con la familia Kennedy. El padre del asesino es un capo que responde al apodo de José K. Llamémosle, entonces, a ese que se aleja a grandes brazadas, Ted K.

Para evitar escándalos que pudieran arruinar su brillante carrera, Ted K sale nadando y se aleja del Oldsmobile que hace aguas. Si el heredero tarambana, que en una escena previa aparece al timón de un yate de velas, hubiese sido un capitán de barco y no un chofer borracho, cometería un crimen imperdonable al desertar la nave con la tripulación a bordo. En este caso la tripulación es una mujer sola, seducida y abandonada en las aguas negras de la bahía, no lejos de Martha’s Vineyard.

Ted K llega a la orilla, se vuelve un instante a mirar el carro que se va a pique, todavía con el tope fuera del lago. En vez de correr al teléfono más cercano y llamar a la policía, K decide contactar a sus esbirros, Gargan y Markham, para que se encarguen del control de daños. Nadie sabe exactamente lo que pasó entonces, ni cuándo y cómo murió Mary Jo. Solo Ted K conocía los detalles precisos, y esos, se los llevó a la tumba junto con el cáncer del cerebro que le envió el Señor por haber sido un HP.

Lo que sí sabemos es que, casi medio siglo más tarde, Hollywood se digna contar el espinoso asunto en una película que, sorprendentemente, no tiene pelos en la lengua: Chappaquiddick, de John Curran. La vi en un avión, y pensé que en vez de matar el tiempo con una obra que me cocinaría el hígado, podía echarle un vistazo al animé La isla de los perros, de Wes Anderson. Por desgracia, yo venía de un maratón de Pop Team Epic, de Bukubo Okawa, en el canal Crunchyroll, y los chulos de Anderson me parecieron demasiado domesticados en comparación con las delincuentas comunes, Pípimi y Pópuko.

Así que, a regañadientes, cargué Chappaquiddick en la pantallita y comencé a verla. ¡Oh, milagro! Una película que dice la verdad, o por lo menos que no sucumbe a la versión castrista de la historia. ¡Libretistas con opiniones propias (Taylor Allen, Andrew Logan), capaces de darnos una idea de cómo pudo haber sido la muerte por agua de una chiquilla ingenua, seducida por el poder absoluto, y dispuesta a usar sus órganos sexuales para llegar a Washington!

Sabemos que Jackie K, al concluir su etapa de primera dama, no bajó al gueto en busca de pretendientes, sino que usó su sexo, su atracción femenina y sus mañas de trepadora, para nadar hasta el yate de un billonario griego. En esos tiempos románticos ser feminista significaba ser castigadora.

De ese yate, el Chistina O, nadie iba a tirarla a ella. Si acaso, sería ella quien lanzara a Onassis por la borda junto con la hijastra gorda. Jakie había visto a un Kennedy caer de un Cadillac negro, y su primer instinto fue agarrarse el sombrerito azul en forma de cajita de píldoras, y salir gateando. Jakie K era una mujer de pelo en pecho.

Mary Jo monta con Ted K borracho en el carromato de la muerte. Según el sheriff de Chappaquiddick, la chica ingenua estuvo unos minutos, no se sabe cuántos, con la quijada en el líquido y la cocorotina apeñuscada contra el techo del Oldsmobile, en la estrecha raja que, poco a poco, iba inundándose. La luna posiblemente hizo lo suyo, las aguas subieron, y la chica luchó por el último aliento como toda una heroína, mientras el cobarde senador huía por el sendero boscoso.

A la mañana siguiente, Ted K está de vuelta en su cabañita de Martha’s Vineyard, haciendo llamadas frenéticas a sus abogados, consultando al capo de su padre. Porque Chappaquiddick, la película, es, entre otras cosas, una “Carta al Padre” enviada desde ultratumba. El patriarca del clan, con un pie en la fosa, dirige el destino del hijo descarriado, que, por cierto, no era un Jack K, ni tampoco un Bobby K, sino un simple ka-ka. La hez de la malhadada familia K.

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Cómo ver Chappaquiddick con un guevarista prendido de la oreja

Los periódicos de hoy traen coletillas del tipo “Cómo entender el discurso de Trump en Arizona”, o “Las diez cosas que usted debe saber sobre el juez Kavanaugh”. Una voz anónima da la versión simultánea en idioma guevarista, porque una mente que piensa por sí misma, y que busca un periodismo real, es una mente diversionista.

El juicio de Kavanaugh fue lo más parecido al juicio de Sosa Blanco: lo cual indica a qué altura del campeonato nos encontramos. Para quienes no lo han vivido en carne propia, el hecho carece de importancia: pero nosotros venimos del futuro. Es nuestro deber ciudadano, como cubanos exiliados, denunciar a la izquierda y alertar a la población sobre lo que se está tramando. Nosotros descreemos de la “revolución” y de la “democracia” de los Demócratas, porque sabemos que todo “socialismo” conduce a la tiranía. Los Estados Unidos no son Escandinavia.

En la misma cuerda coletillera, A.O. Scott, del New York Times, en su reseña de Chappaquiddick, afirma que “Lo que pasó exactamente, sigue siendo una incógnita, pero los huecos y ambigüedades de los récords ofrecen al cineasta bastante espacio para la especulación”. Es más: “Nada más allá de una amistad colegiada entre Mary Jo y el senador por Massachusetts es evidente. Los unía el dolor compartido por la muerte reciente de Bobby Kennedy”. La parejita abandonó la fiesta en Marthas’s Vineyard para “una charla de corazón a corazón” (sic).

Según el crítico, lo que ofrece Chappaquiddick es plausibilidad, no exactitud. ¡Ay, si el NYT diera el mismo voto de confianza, la misma elección entre una cosa y otra, a los candidatos Republicanos, a los acusados de violación por una noche inocente de “corazón a corazón”, aunque sin muchachas muertas de por medio!

Pero no todas las mujeres son iguales, ni todas las víctimas serán compadecidas solo por serlo: “La película trata de hacer a Mary Jo una coparticipante de la historia, más que una víctima”. ¡Exactamente lo que piden de rodillas los acusados de violación, algo que se les niega a diario, sin derecho a apelación!

“Una vez que el manejo del caso de Ted es puesto en manos del círculo íntimo del padre, la humanidad de Mary Jo queda definitivamente borrada”. ¡El viejo es el malo! ¡Magia de capos demócratas, erasure y borrador liberal que limpia y da esplendor a las carreras sicalípticas de un Clinton, de los tres cerditos Kennedy. “Los villanos de Chappaquiddick son Robert McNamara, Ted Sorensen, y el padre de Teddy, Joe”, clama, sin que le tiemble la lengua, A.O. Scott, el coletillero del New York Times.

Debimos haber visto distintas películas, sin dudas. Yo vi a un asesino retratado por primera vez en toda su mendacidad y vileza; y vi cómo el pueblo de Massachusetts eligió al más cobarde de los massachusettsenses al escaño del senado, ¡siete veces consecutivas!; y a una turba demócrata pisoteando la tumba de Mary Jo Kopechne, de 28 años, mientras el viejo libidinoso hundía a la nación en el fango como si se tratara de un Oldsmobile viejo.

 

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