Las feministas modernas deben ser las más grandes vendedoras de chatarra de la historia si pudieron hacer de Ruth Bader Ginsburg una bella justiciera, epítome de inteligencia y pasión femenina, cuando se trata de la tarasca más repugnante que haya desgraciado la toga de la Corte Suprema.
Vieja atrabiliaria y patiseca, enemiga acérrima de la Constitución americana, aparece hoy en una miniserie como la chica de raza ambigua, limpiada de rasgos judaicos y opiniones imbéciles. Ya existe un action figure de esta bruja de la toga. ¡Un action figure de Ruth B, por Jove! La izquierda como gran maquinaria renormalizadora: ni Vladimir Ilich logró vendernos a la arpía Krúpskaya.
Y todo eso, conseguido en menos de tres meses, justo a tiempo para echar fuego al escándalo Kavanagh, contracandela chovinista a la nominación de un hombre (“¡violador, apologista del estupro!”) del que las protestantes no sabían absolutamente ni cojones hasta hace dos semanas.
Calumniado y llevado a la picota pública mientras las turbas cantaban el mantra “¡Yo creo en ellas, yo creo…!”, con el cual se prescinde de procedimientos legales y se condena directa y expeditamente, ante los tribunales populares y sin necesidad de probar la culpabilidad del reo. “¡Yo las creo!” implanta un nuevo régimen judicial paralelo, basado en la “creencia”, lo que es decir, en la fe. ¡Vaya justicia… por mi santa papaya!
Porque los autos de fe de las mujeres buscan atizar la discordia y sembrar el odio, no ya de clase, sino de algo mucho más dudoso: el género. Son el instrumento bobo de la izquierda, tan fácil de utilizar, de mangonear, precisamente por tratarse del “elemento femenino”, justamente por tratarse de un tema ultrasensible que apela a los bajos instintos, a la chusmería del sexo. A la pornografía política.
Facilísimo soliviantar ese “elemento”, a esas esclavas de las consignas y las modas, un grupo que ni siquiera se sabe usado, trajinado, llevado de las narices a cumplir la función de ralea, de apelotonamiento, manada ciega de una política que cae más allá, o mucho más acá, de sus justas reivindicaciones. Si los “bad hombres” decían que las mujeres eran brutas, histéricas e indignas de confianza, incapaces de llevar las riendas del poder y comportarse con decoro, el movimiento feminista no ha hecho más que darles la puta razón.
El chulo de Sarah Palin
En su afán de derrocar por la vía rápida a Donald Trump, los jeques de CNN y Soros S.A. echaron mano del cadáver de John McCain. Cualquier cosa sirve para tumbar a Trump, no importa si son los malditos rusos o algún idiota del patio. ¿De Arizona? ¿De ese estado retrógrado, perdido al sheriff Arpaio? ¡Qué símbolo, señoras, qué símbolo! Las ceremonias fúnebres fueron casi tan barrocas como las de un Kennedy muerto. ¡Qué clase de líder! ¡Qué hombrazo! Con sus manitas de Tiranosaurio Rex en perpetuo rictus, haciéndole click al bolígrafo. Veterano de Vietnam, un Rambo a prueba de bombas.
Como mismo George W. Bush fue acusado, en su época, de provocar el ciclón Katrina para destruir a la población afroamericana de Nueva Orleans, McCain había sido castigado, perseguido, escupido, insultado y culpado de otras mil obscenidades durante su campaña presidencial. Solo que ahora todo aquello quedaba sobreseído, un perdón oficial unipartidista y unisex. Porque McCain muerto es más útil a la causa que McCain vivo.
Las feministas fueron sus plañideras. ¡Cómo lo lloraron! ¡Por qué no tuvimos a un Republicano POW en la Casa Blanca, el héroe de la debacle de Saigón! ¡No todos los Republicanos son iguales, qué va señora! ¡Dios todopoderoso, no te lo lleves tan pronto! ¡Dale otra oportunidad de enfrentarse en el 2020, a los 90 cumplidos, al Agente Naranja!
Pero el Señor, en su infinita misericordia, se llevó a McCain antes de que cayera en una celda de bambú custodiada por las Viet Congs del Midwest. ¡Así será la venganza de Hanoi Jane!
Un solo acto inexcusable, solo uno, en el currículo del héroe de Arizona: haber traído a la palestra pública a la impresentable, la cayuca, la burra de Anchorage, la que vio a Moscú desde su balcón de Alaska, la abominable Sarah Palin. Ni el hijo Down ni la hijita pubescente escaparon a la furia desacralizadora de las mujerongas del lejano 2008. Perseguida hasta el catre, la Palin quedará para la eternidad como ejemplo vivo de lo que le pasa a aquellas que osan empingar a las feminazis que hoy suspiran hipócritamente por John McCain.
Murphy Brown recalentada
Nota a los jovencísimos: Murphy Brown fue una serie anterior a las “series”, aunque de las malas. Nada que ver con Mork & Mindy, y muchísimo menos con la extraordinaria All In The Family, esa última producción de la televisión libre de América, un programa anterior a la toma de los medios por las comisarias.
Murphy Brown es, en propiedad, la primera “serie boutique” en sentido moderno, creada con el propósito expreso de denigrar, desde la feminidad politizada, a los del otro bando (¡no los gays: los Republicanos!).
Hubo un momento culminante en Murphy Brown (con Candice Bergen en el protagónico), el episodio en que Murphy tiene un encuentro casual con un pintor de brocha gorda y queda preñada (esto, en la época en que un embarazo era algo inédito en la hora pico).
El vicepresidente Dan Quayle, a quien Tump ha sido comparado desfavorablemente, se le ocurrió regañar públicamente a Murphy por tener un hijo fuera del matrimonio. David Letterman aprovechó el malpaso para emitir una de sus mejores frases lapidarias, de esas que destruyen carreras: “¡Oye Dan! ¡Murphy Brown es un personaje ficticio!”. La honra de Dan quedó embarrada esa noche.
Los izquierdistas juntacadáveres han revivido una serie de hace dos décadas: Murphy Brown tiene hoy menos gracia, menos sex appeal y más celulitis en la papada que hace veinte años y, lo mismo que su encarnación previa, será cancelada en la segunda temporada. Ya el primer episodio dio a los libretistas liberales (que son los escribas que escriben la Historia: ver la apasionante noveleta Recuerdos gratos de una noche de amor en Guanabacoa, de Ernesto Londoño), la oportunidad de recalentar a Hillary Clinton y rizar el rizo de los emails.
Hillary ha sido degradada de Secretaria de Estado a secretaria del salón de correos del estudio de Murphy. Pero, ¡atención!, este empleo menor es mucho más influyente que el otro. Si para McLuhan el castrismo fue un fenómeno eminentemente televisivo, el soviet mediático apenas comienza a ponerse al día: Murphy Brown es la nueva y mejorada Krúpskaya.
Muñecas de goma reemplazan al consolador; un viejo reaccionario es el sugar daddy; Rojo es el nuevo Brown. Si la reivindicación femenina arranca, legítimamente, de la distinción de identidad y género, de igualdad y sumisión; y si el derecho a ser tomadas en cuenta pasó siempre, para las mujeres, por las entrepiernas, entonces el movimiento feminista las devuelve al punto de partida. El feminismo de “bad hembras” las segrega y reduce a un solo órgano, la vagina, y a un solo síntoma, la histeria colectiva.
Me ha encantado.jcc
JC, qué bueno saber de ti.
Como siempre, tu texto repleto de frases inteligentes y brillantes!
Gracias Rafael, por leerme!
Aunque coincido con muchas cosas de tu texto, al igual que esas feministas radicales y comparsa, creo se te fue la mano. A estas alturas ya no creo ni en la madre de los tomates. Ni me gusta Obama ni Trump ni casi nadie. Prefiero a mis mascotas.
Besits con chilindron y tu jamon.
atmariposa
Coincidimos en lo de las mascotas, al menos!! Por lo demás, ¿quién cree ya en nadie? Pero creer en una vieja bruja si que no, eh.
Que bueno…, mi me alegras el día…, Abrazos…!!
espesas asperezas …
ni limando mi navaja tripera (de solariego verbo)
me arrimo a tu demoledora lengua de académico solar…
suerte …
y cuidado con las felinas féminas ( que arañan y desgarran con suaves en verga duras)
Te extrañaba, Loli. La emancipación de la mujer es una cosa, el guevarismo feminoide es otra. Soy partidario de lo primero, feminista militante y vociferante, y enemigo acérrimo de lo segundo. Hillary es una cuatrera, y este país se hubiera ido al infierno si llega a ser electa. En cuanto a Ruth Bader, tuvo un momento honorable cuando lamentó el trato dado a Kavanaugh. Siento haberte parecido solariego y áspero. Era el momento de la chusmería roja.