“¡Martí es un mojón, Martí es un maricón!”, afirma un personaje del filme Quiero hacer una película, del joven realizador Yimit Ramírez. Se trata, obviamente, de pura filosofía de pulóver, de esos mensajes trillados que la gente lleva en la pechera.
Mensaje subrayado, por lo común, con una flecha que apunta al acompañante: “¡Estoy con este comemierda!”, dice, y por diversas razones, largas de enumerar, entre las cuales figura prominentemente su cercanía simbólica a la tumba de Fidel Castro en el cementerio de Santa Ifigenia, Martí queda involucrado en el mojón y la mariconada castrista. Como también queda implicado en lo que Carleton Beals, hace más de ochenta años, llamó el “crimen de Cuba”.
Cuando Beals escribió su libro corría el año 1933, el machadato estaba de salida, y ya el proyecto revolucionario martiano apestaba. A solo treinta años de concluida la gesta redentora que nos legara lo que Roberto Smith designó, eufemísticamente, como “los símbolos patrios”, un general de esa revolución fallida, devenido tirano y demagogo, se aferraba al poder con garras y dientes. ¡Caprichos de revolucionarios!
La mierda de Martí, la mierda que nos hizo Martí, es la Revolución, qué duda cabe. De lo cual se desprende, por tercero excluido, que el personaje de Quiero hacer una película afirma que Fidel es una reverenda plasta de ídem.
No importa que Yimit Ramírez explique que habla de amor y no del Apóstol: él tampoco puede controlar el guion de esta “otra película que está sucediendo en tiempo real escrita y actuada por todos nosotros” (sic). Su obra terminó hablando del mojón de Fidel, de la mariconada de Fidel, porque en Cuba todo lo que existe habla de lo mismo.
Empecinado en atajar las iniciativas de los reformistas, que nos hubieran ahorrado cien años de mierda, Martí recalienta un proceso agotado, un procedimiento que había demostrado su insuficiencia en las recién estrenadas republiquitas bolivarianas. Los más ilustres patricios decimonónicos nos previnieron de tomar un camino que conducía al desastre.
Ah, pero Martí, como un Paul McCartney empeñado en cruzar descalzo la cebra de Abbey Road, nos llevó precisamente por ese largo y tortuoso sendero, hacia el destino de mierda que señala con su dedo de mármol desde el pedestal del parque. Si quisiéramos denostarlo realmente, lo llamaríamos “Mármolo”.
Porque Martí es, positivamente, el autor intelectual de cada desastre ocurrido en Cuba desde el 59, el culpable de todas nuestras desgracias, desde las Escuelas al Campo hasta la Batalla de Ideas. Martí es el escritor fantasma del vademécum totalitario y de cada uno de sus acápites, hasta llegar al capítulo culminante, que es ya el punto y aparte.
I’m with stupid, debería estar escrito en el pedrusco de Fidel, con una flecha que apuntara al mausoleo martiano. I’m with stupid, debió ser el aviso enorme en la pechera de un pulóver hecho a la medida del Martí de la Raspadura. Porque toda estupidez cubana es martiana.
Querámoslo o no, admitámoslo o no, Martí y Fidel son un dúo, como Clara y Mario, o Pototo y Filomeno. Por eso, cuando Roberto Smith le sale el paso a la película, en realidad está defendiendo el legado de Manchae’ Plátano, y no el de Ginebrita (hubo insultos peores lanzados contra Mármolo).
Porque lo que verdaderamente está en juego es la versión revisionista del mojón martiano. No son “los símbolos patrios”, en plural mayestático, los que peligran, sino el símbolo único, el que superó y pulverizó a todos los otros, incluido Martí, hasta el punto de que la sola mención de “Cuba” provoca en los extranjeros la respuesta automática “¡Castro!”.
Mr. Smith sale en defensa del símbolo Castro, y el gallinero del ICAIC se alborota. Allí aparece, casi espontáneamente, la otra parte de su legado viviente: Fernando León Jacomino como el Ángel (¡Castro!) de la Jiribilla. Cuando se hable de mariconería martiana no puede dejarse fuera a Lezama Lima. Él y Martí aparecen en nuestra simbología patria como el Gordo y el Flaco, o como Fresa y Chocolate.
La guarandinga origenista, dando un largo rodeo que va de Lezama a Cintio, de Fina a Retamar, y de Alfredo Guevara a Pichy, llega hasta Jacomino, última parada. Pero el tiempo está hoy de parte de los organizadores de la Muestra Joven. A los esbirros los cogió la confronta.
Roberto Smith despide a la prensa sabiendo que nada puede contra Facebook e Instagram, contra Diario de Cuba y Havana Times. Los esbirros están conscientes de que la película en tiempo real está pasando ahora mismo en un cine cerca de usted y lejos del poder.