Donald Trump, de la parodia a la Historia

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El prototipo de Donald Trump es Stephen Colbert. La llegada de Colbert a uno de los puestos más codiciados de la programación televisiva podría considerarse un golpe de Estado. Llámese reorganización del partido, o si se prefiere, purga estajanovista en la plantilla de NBC y CBS, en cualquier caso, el proceso comenzó con la defenestración del conservador Jay Leno, forzado a abdicar del Tonight Show en favor de alguien con un tercio de sus cifras de teleaudiencia: Conan O’Brien.

A los pocos meses del lanzamiento, el flamante Tonight Show con Conan O’Brien fue cancelado por falta de público y hubo que traer de vuelta al “reaccionario”, pero rentable Jay. Habíamos sido testigos de un madrugonazo al estilo de las repúblicas bananeras, un putsch televisado en vivo y a todo color

Cuando O’Brien no funcionó, los ejecutivos de la cadena NBC jubilaron a Leno por segunda vez y echaron mano de Jimmy Fallon. Ignoro lo que opinen otros más enterados acerca del talento cómico de Fallon, pero soy fanático del Tonight Show desde los tiempos de Johnny Carson y Joan Rivers, y sé que Jimmy no es Johnny. Ni siquiera es Jay.

Lo mismo había pasado a otros intelectuales conservadores: Michael Ramírez, el caricaturista del periódico Los Ángeles Times; Juan Williams, en CNN; John Stossel, del programa 20/20 en la cadena ABC, enmarañados, vilipendiados y degradados. Si quisiéramos ir más arriba y asomarnos al mundo de la alta cultura, veríamos que el conductor Essa Pekka-Salonen fue separado de la Filarmónica de Los Ángeles en el apogeo del chavismo para implantar al bolivariano Gustavo Dudamel.

Si los conservadores denunciaban las purgas en los estudios de Burbank como la vendetta política que obviamente eran, o si las ponían en evidencia en los claustros universitarios y los puestos públicos, su queja podía ser tildada de paranoia, por existir el precedente de la manía de persecución anticomunista en el Hollywood de los años cuarenta y cincuenta. Bastaba acusar a los conservadores de aquello que los liberales practicaban en secreto: la cacería de brujas.

Según los izquierdistas, los reemplazos y las desapariciones del aire nada tenían que ver con ideologías ni credos. Pero no cabe duda de que hacerse con los puestos clave de los programas de televisión en las horas pico era tan importante como designar a un magistrado de la corte suprema. De hecho, la televisión llegó a ser una nueva corte suprema que juzgaba y condenaba a la picota pública.

Era inevitable que después de Jay Leno le tocara el turno a David Letterman. El reemplazo de Letterman vino del canal Comedy Central, que, para entonces, fungía extraoficialmente como ministerio de propaganda de la administración Obama: Comedy Central devino una especie de Central de Inteligencia de la intelectualidad liberal. Libretistas, artistas y productores recién graduados de las facultades de teatro y escritura creativa de colegios tomados por la Izquierda pasaban a engrosar las nóminas de populares programas de pura propaganda.

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En los laboratorios de The Colbert Report nació el candidato Donald Trump. El personaje de Colbert es el estereotipo de un estereotipo: un republicano zafio, chovinista y paranoico. Disfrazado de demagogo derechista, Colbert solicitó, en 2007, autorización para presentarse en doble candidatura por los partidos Demócrata y Republicano, como “hijo predilecto” de Carolina del Sur. La consigna de su campaña política “América soy yo, ¡y tú también puedes serlo!”, ganó popularidad entre los votantes. Finalmente, el consejo ejecutivo del Partido Demócrata denegó la solicitud por considerar que la candidatura del bufón Stephen Colbert “no era viable ni seria”.

Por segunda vez, en el 2012, Colbert creó un llamado Súper PAC, comité de acción política con mínimas restricciones legales. Durante las elecciones primarias, el comediante recibió un respetable 5 por ciento de los votos en los sondeos de opinión, apenas por debajo de Rick Perry (7 por ciento) y Ron Paul (8 por ciento), a pesar de haberse mantenido oficialmente fuera de la contienda. Su comité de acción política, el Colbert Súper PAC, consiguió recaudar un millón y medio de dólares en donativos para su falsa candidatura a la presidencia de “los Estados Unidos de las Carolinas”. Stephen Colbert recibió por esa campaña diversionista el Premio Peabody a la excelencia de la televisión norteamericana.

Lo que comenzó como plagio terminó siendo Historia. La paradoja marxista explicaba el 18 Brumario y la moderna revolución mediática. Los liberales crearon un Frankenstein ultraconservador a sabiendas de que la realidad imita al arte y que solo era cuestión de esperar por la llegada del verdadero monstruo. Ahora esa criatura de anticipación, salida de las cabezas de Jon Stewart y Stephen Colbert, se ha escapado del estudio: Donald Trump pone en práctica el profundo desprecio de sus creadores por el orden democrático y le da vida a la grotesca parodia que Comedy Central hizo de América.

 

 

 

  1. Lector

    ¿Hay en este escrito aunque sea un gramo de seriedad? No alcanzo a entender si es sarcasmo, ironía, bufonadas. No creo que sea en serio…¿o sí?

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