Biutiful: el encanto de lo horriful

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¿Qué pasaría si filmáramos, simultáneamente, la historia de un tipo que muere de cáncer prostático en Barcelona; la de dos negros senegaleses discriminados, perseguidos y deportados; la de una madre puta bipolar; la de dos chinos gays dueños de un taller clandestino de confecciones; la de una cuadrilla de trabajadores ilegales; la de un hermano corrupto que se tira a la mujer-puta-bipolar del enfermo de cáncer de próstata; la de dos niños indigentes sin padre; la una médium que lee el destino en un vaso; la del fantasma de un exiliado de la República española y la de tres pequeños telépatas difuntos?

La respuesta está en Biutiful, el más reciente ensayo estilístico del director Alejandro González Iñárritu: piedra solar de los sacrificios sociales, terrorismo cinematográfico, Orozco y Siqueiros en crack, Babel al cubo.

Como si esto fuera poco, hay orina con sangre en un inodoro; cigarros compartidos en el más allá; depresiones, angustias y situaciones limítrofes de una vida de perros que nos hace pedir a gritos el final. Entonces, ¿por qué se llama Biutiful lo que debió llamarse Horriful?

Porque la cámara en mano agita el encuadre como si se masturbara (Biutiful podría calificarse de “paja mental”); porque, después de todo, algo queda del Javier Bardem clásico, aunque el personaje de Uxbal esté muy por debajo del Reinaldo Arenas de Antes que anochezca y del Anton Chigurgh de No es país para viejos; porque en la reverencia casi folclórica con que Iñarritu trata la miseria y la imagen trillada de los “muertitos” hay un cierto lirismo, una torcida dignidad artística que emerge de lo falso, de la manipulación más descarada.

Imposible decirlo mejor que Glenn Kenny, de MSN Movies: “En cuestión de tres largometrajes, la obra de Iñárritu ha descendido desde lo misterioso y conmovedor a lo descojonantemente obvio”.

He aquí otra cita: “A veces no basta simplemente con persuadir a la gente de una verdad…”, escribe Montesquieu, en la décima de sus Cartas persas, “uno debe también hacérsela sentir”, y estas palabras santas debían encabezar el tótem del nuevo cine azteca (Cuarón, Reygadas, del Toro y Arriaga), con Iñárritu a la cabeza.

Febrero 18, 2011

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