‘Brüno’: bufón del estilo

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En su más reciente avatar, el actor inglés Sacha Baron Cohen es Brüno, un “übermodelo” austriaco que conduce el programa Funkyzeit para el Canal de la Juventud. Hace su aparición vestido de velcro, en un desfile de la diseñadora Ágatha Ruiz de la Prada, y enseguida lo vemos enredado en los cortinajes, dando traspiés por la pasarela, hecho una bola de lycra.

Bajo ese signo comienza su espectacular caída, y cuesta abajo es la rodada que lo llevará al chiquero donde se lavan los trapos sucios. Ni aún la haute couture es inmune a los caprichos de la baja cultura, y muy pronto el árbitro de la elegancia se verá metido entre las patas de la chusma.

No voy a elaborar una teoría de Brüno, porque Brüno, en sí mismo, es pura teoría. El contenido sociológico (filosófico, tal vez) de las películas Larry Charles (Borat, Masked and Anonymous), y la extraordinaria habilidad de Sacha Baron Cohen para producir sentido, exceden con creces mis facultades argumentativas. Si Borat se anunció como “cultural learnings” e inauguró un nuevo frente en las contiendas culturales, Brüno emerge como una invasión inglesa armada de metatrancas.

Brüno, “el austriaco más famoso desde Adolfo Hitler”, resume en la persona de Sacha Baron todos las nociones erróneas y todas las zonas erógenas: es gay, judío, filántropo, exhibicionista y fashionista. El director Larry Charles vuelve a formar del polvo europeo una criatura de los últimos tiempos, un golem que se les escapó a los estudios de cine. Y la reacción del populacho, al entrar en contacto con este grandulón que va por el mundo haciendo estragos, es reducirlo a cenizas, cazarlo y devolverlo a esa tierra bombardeada, a la Europa consabida y clausurada, la de los nazis con acento bávaro y las valquirias de celuloide.

Las escenas más desternillantes de Brüno son precisamente las más turbadoras. Un rabino homofóbico corre detrás del pájaro –que circula por Jerusalén luciendo un modelito hasídico no apto para la sinagoga–, y en ese momento entendemos que, si lo agarra, sería capaz de asesinarlo. El tema de la moda (Borat was so 2006, reza su consigna publicitaria) es el pretexto que le permite al cómico abordar la caducidad de las caracterizaciones históricas, y en ese sentido, también Hitler resulta very 1939.

Así Brüno, el típico “eurobasura”, llega a USA, acompañado de Lutz, su fiel secretario y esclavo. Si Brüno es un Cándido que busca fama y fortuna en “el mejor de los mundos posibles”, Lutz es una Cunegunda S&M que por amor al arte, morderá el hisopo y limpiará inodoros con la boca. Por el camino de la contracultura, Occidente tomó el atajo que conduce a Sodoma y Gomorra

Después hay que ver a Ayman Abu Aita, de las Brigadas de Mártires Al-Aqsa, comparando en pantalla las virtudes del hummus… ¡y de Hammas!, o a esa madre dispuesta a que su hijo de cinco años lleve a un judío hasta la boca del horno (“Sí, mi niño maneja muy bien la carretillita”), ¡todo por quince minutos de Funkyzeit! La televisión bárbara (que no bávara) ha hecho celebridades de los terroristas, y Brüno nos trata como a su público de televidentes y como a una caterva de vulgares adictos. Lo cierto es que un entrevistador que hable de garbanzos con un terrorista tampoco está muy lejos de la realidad, cae perfectamente en esa zona gris donde Bárbara Manson es Marilyn Walters.

Dolor y placer sadomasoquistas es lo que produce una bicicleta estacionaria conectada a un émbolo provisto de verga esponjosa que un diminuto tailandés llamado Diesel pedalea en el culo de Brüno. “Por un lado” –escribe Daniel Bell en Las contradicciones culturales del capitalismo–, “la estructura corporativa exige que el individuo trabaje duro y postergue el placer (…) mientras que, por el otro, la misma estructura promueve el éxtasis instantáneo, el relajo y la inconciencia” Es decir, “uno debe ser straight por el día y swinger por la noche”.

Por eso me atrevería a afirmar que los “swing voters” de las últimas elecciones presidenciales, nunca pudieron ver al Ron Paul que Brüno descubre en un desolado hábitat de Holiday Inn, y que, de haberlo visto, habría sido inconcebible el grosero culto en torno a la figura del anciano estadista.

Los interrogatorios de Brüno, el fashion polizei, revelan la existencia de un tercer reino que permanece oculto en los pliegues de la realidad. “Una comunidad no puede durar sino al nivel de intensidad de la muerte…”, advierte Avital Ronell en Finitude’s Score, “…se descompone tan pronto cae por debajo de la peculiar grandeza del peligro.” Así Brüno juega con el palestino, con el maricón, con el candidato, con el club de cheos en pasamontañas, la gabardina floja de un convertidor de mariquitas. En cuanto al obsesivo motivito tirolés, se trata, obviamente, de una variante apolítica del Steirisches Anzug.

Oscar Wilde, el precursor de Brüno, fue el primero en notar “la existencia de esa clase de personas cuya única profesión es posar”, y ya entonces admitía que “los ingleses estaban más interesados en el barbarismo americano que en la civilización americana”. Sacha Baron Cohen compendia la iconografía de la pose, desde el doctor Strangelove de Peter Sellars al Dieter de Mike Myers al el Ziggy en hot pants que Isaye Miyake creó para el primer Bowie.

Brüno cierra con un numerito musical intitulado “Paloma de la Paz” que puede ser la parodia de “We are the World” o la macabra caricatura de un concierto de los tres tenores, con la diferencia de que aquí se trata de tres tartufos: Elton John, Bono y Sting. El estilo es el hombre, dijo Buffon; y rodeado de farsantes, a Brüno no le queda más que ser el bufón del estilo.

Julio 27, 2009

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